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Pastimes : URUGUAY, en Español. Pais Peligroso.

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To: Elio Madama who wrote (278)2/9/2001 2:08:19 AM
From: Elio Madama  Read Replies (1) of 505
 
EDITORIAL.

Leonardo Guzman .Los recientes y sonados casos de Fujimori y de Pinochet deben revitalizar en todos la certeza de que la libertad no merece canjearse por ningún mito.
Lecciones de derecho
El final de Fujimori impartió, a nivel de posgrado americano, la vieja enseñanza con la que ya habían escarmentado las generaciones actuales a partir del experimento Color de Mello: encaramar a advenedizos no garantiza contra las degradaciones y corruptelas que en las campañas antipartidarias juran que han de combatir.

Lección histórica: las aventuras que generan esos personajes que se dio en llamar "outsiders" --literalmente, de afuera de nuestro costado, ajenos a nuestra costilla...-- pueden resultar tan peligrosas para la salud del Derecho como los festivaleros de milagros para la salud del cuerpo. Ajenos al álgebra del poder, formados fuera de la meditación sobre los conceptos públicos y carentes de experiencia en el arte de dialogar, desbarran por dentro y sucumben por fuera.

El final de Pinochet actualiza otra lección histórica, ésta de alcance mundial: ningún logro económico, así fuere espectacular, legitima la pérdida de la libertad, las torturas ni los crímenes.

Simplemente como humanos, esa lección la llevamos inscripta en la médula. Pero cuando los hechos la renuevan, no hay que pasar de largo ante ella, ni por lo ridículo que resulta que un ex todopoderoso se reduzca a chicanero, ni por lo aberrante de que sus parcas respuestas como involucrado suenen tan a contramano del sentido común como las que profería como dictador, ni por lo tétrico de las revelaciones de uno de los subordinados inmediatos a quienes intentó endilgarles la responsabilidad por la ominosa Caravana de la Muerte. Todo eso que es noticia espectacular, es episódico y pasará; pero, lo que no debe volver a opacarse nunca más es la convicción luminosa de que las personas valen más que cualquier logro material que, medido desde la ideología que fuere, pueda exhibir una tiranía.

No es nuevo el pretexto económico para legitimar el liberticidio y el crimen de Estado: invocándolo, Vladimir Ilich Ulianof, que se hacía llamar Lenin, y José Vizirianovich Djugadsvili, que se hacía llamar Stalin, montaron la Unión Soviética: partido único, purgas, fusilamientos, Siberia, hospitales psiquiátricos.

Proclamar que los asesinatos no disimulables queden "justificados" por las "buenas obras", las "reformas" o la "revolución" es, en rigor, una variante más de la mitología maquiavélica de los totalitarismos. Enseñaba Justino Jiménez de Aréchaga, el inolvidable, que las dictaduras se transformaban en totalitarismos a partir de la exaltación irracional de un mito sobrepuesto a las personas: para el nazismo, la raza; para el fascismo, la nación; para el comunismo, la clase proletaria.

Enardeciendo masas desde medios de difusión monopolizados o amaestrados, ese mito ofrecía una justificación fanática para crear un Estado abarcante y totalizador que era inhumano incluso cuando el pretexto de su respectivo mito contuviese ideas de apariencia liberadora.

En América las variantes criollas de los totalitarismos mundialmente conocidos mitologizaron las necesidades de reorganización y reivindicaron lo nacional. En general, fracasaron en toda la línea y sus titulares se fueron abochornados, dejando un tendal de muertos conocidos y de muertos desaparecidos. Pero hubo mínimas excepciones, y entre ellas, por lejos, el régimen de Pinochet fue la más saliente: pudo jactarse de haber transformado a Chile y haber multiplicado su Producto Bruto, a tal punto que aún frente a sus detractores los logros económicos de su régimen operaron como amortiguadores de la repulsa al liberticidio y hasta como mito retrospectivo.

Más allá de la ojeriza jurídica que nos provocó el intento neoimperial de juzgarlo en Europa y más allá del respeto que nos merezca el modo de resolver sus conflictos cada país que sufrió una dictadura con muertos y desaparecidos, antes de saber si alcanzará a ser sentenciado, la exhibición pública de las lacras del sistema aplicado por Pinochet vuelve a evidenciarnos la intrínseca endeblez de la mitología de Estado en que se apoyan los totalitarismos y nos patentiza la sordidez de todos los crímenes perpetrados desde la sombra, cualquiera sea el signo que los inspire. Tras las tragedias totalitarias del siglo XX, confiramos que las personas deben seguir valiendo más que las cosas y que la democracia no se funda en la prosperidad sino en la libertad, desde cuya conciencia moral es un deber edificar la felicidad material. Y no al revés.








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