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Pastimes : URUGUAY, en Español. Pais Peligroso.

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To: Elio Madama who wrote (337)2/10/2001 4:31:05 PM
From: Elio Madama  Read Replies (1) of 505
 
LAS LLAMADAS.

Las Llamadas Los montevideanos respondieron a la convocatoria más popular del país ® El clima se empezó desde temprano en la tarde y no paró hasta la madrugada.
Mensajes desde un tamboril
Cinco mil protagonistas y una multitud incalculable de espectadores convirtieron a Sur y Palermo en una fiesta inolvidable.


CANELA Y SU BARAKUTANGA. La comparsa en su pasaje en el desfile de ayer por la calle Carlos Gardel. El público había esperado horas y disfrutó con júbilo y gritos de aliento



LUIS ROUX

Hay muchas llamadas. Los tambores salen todos los domingos en el Sur. Los feriados la calle Carlos Gardel se pone caliente. Suelen ser muy interesantes las del 6 de enero y tal vez más las del 25 de agosto. Pero las llamadas de febrero son "las" llamadas. Van en directo por televisión, salen al otro día en los diarios, ocupan espacios en la prensa de países difíciles de ubicar en el mapa, son motivo de documentales y fiesta para los fotógrafos de todas las calañas.

También hay mucho más público en vivo, y mucha más gente recorriendo los alrededores, y más policías y más turistas y más vendedores. Las llamadas tienen una ventaja con respecto al desfile de carnaval: el ámbito de Sur y Palermo es más apropiado que el del Centro, los grupos son más homogéneos, tienen más que ver entre sí, las casas que dan al desfile no tienen marquesinas.

El desfile tiene distintas etapas. La zona de luz, donde manda la televisión, con entrevistas en vivo a los notables que se muestran en las comparsas, y la zona de sombra, que depende del poco brillo de las columnas de la vereda, pero las comparsas gozan de idéntico fervor por parte del público en ambas zonas.

REYES. Ayer todavía no había caído el sol cuando Lágrima Ríos y Juan Angel Silva esperaban en un descapotable de 1929, un Graham Paige negro con volante a la derecha. Silva cumplía 50 años con Morenada y ambos tenían una majestad propia de las circunstancias.

En la calle Curuguaty, de una cuadra perdida en el barrio Sur, estaban los cuarteles generales de C 1080, propiedad del Cachila Silva, hijo de Juan Angel, quien se apresuró a aclarar que él no competía con su padre: "Yo compito contra todos los demás, pero no con él", afirmó enigmáticamente.

Los de C 1080 eran locatarios. Desde puertas aparentemente inocentes del barrio salían integrantes de la comparsa a medio maquillar y todavía sin varios detalles de vestuario.

La vestuarista trabajaba a toda máquina. Eran las 8 y 25 y se suponía que debían reportarse a las 8.30 pero las cosas son así y así deben ser. Margarita Barrios (45) cosía perlas en una prenda con una tranquilidad tensa. Es la esposa del Cachila y diseñó el vestuario inspirada en los cambios tecnológicos, a los que "hay que adaptarse sin perder la tradición".

Ella entiende lo de la competencia con su suegro con una diferencia de matiz con su marido: "Somos familia todo el año y competimos en las llamadas".

Mientras en Curuguaty todo bullía en los preparativos, ya había comparsas preparadas por la calle Gutiérrez Ruiz, que perdió el nombre de Ibicuy pero no las costumbres. La cortina veneciana de una casa se cerró, pero los demás lugareños vivían la fiesta desde sus puertas.

Las lonjas al fuego, las vedettes preocupadas por el aguante de su escasa ropa, los que quedaron del otro lado de la valla expectantes a ver si encontraban alguna cara conocida que les diera un pasaporte a la zona exclusiva, los golpes a los tambores cada vez menos aislados que ya empezaban a llamar: todo estaba por comenzar.

Una vedette pidió la bandera para usar como vestuario, porque tenía un problema en la ropa, y quería estar, sólo por ese momento, a salvo de los fotógrafos, que todo lo querían atrapar: un niño casi más chico que su tambor, un beso apasionado entre caras pintadas, madre e hija que se preparan para desfilar.

Siv Goranson (51) estaba en familia en ese lejano sur. Ella llego desde Suecia hace 15 años y vivió casi todo ese tiempo en el barrio. "Es maravilloso, siempre, cada domingo, pero estas llamadas son una fiesta muy esencial, me encanta".

El público vivía la fiesta con todo fervor y luchaba palmo a palmo ese derecho contra fotógrafos, camarógrafos, vendedores, policías, organizadores y colados que andaban por la calle Carlos Gardel.

Un borracho precoz empezó a causar problemas. Era fuera de las vallas, pero estaba lleno de gente. Cayó y fue trasladado hasta la pared por dos policías, mientras un tercero cargaba con sus romanitas. Una vez que estaba a salvo de ser pisoteado por la multitud, los policías se retiraban pero uno de ellos recibió una patada en el muslo que requirió un gran esfuerzo del bebedor descalzo.

Los policías optaron por trasladarlo a rastras una cuadra, con algún toque de atención para que mantuviera el rumbo, hasta que lo dejaron en la vereda y le sugirieron que se fuera.

No había caso y ya se elevaban voces entre el cada vez más numeroso público. "Dejen a ese botija", sonó una voz masculina, en tanto que a modo de réplica se escuchó a una señora que modulaba: "El policía le está hablando bien".

Pero el hombre se había sentado con sus brazos cruzados y preguntaba: "¿Me porté mal?". Los policías lo dejaron allí, con esa duda íntima.

A esa altura de la noche, las 9 y media, el desfile estaba esplendente, con algunas bombas de agua fresca que caían entre el público y también a la calle, vedettes de evidente veteranía en llamadas y otras que estaban a punto de dejar de ser niñas, las banderas que bendecían al público que había esperado durante horas ese momento y las lonjas, que seguirían llamando hasta la madrugada.








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