----OT----- [Jane, don't read this, too complicated for you, and anyway, the case "is closed"<gg>]
Part I of III
Playground Paul:
Since you want to show of your extrordinary and profound knowledge of the spanish language,(LOL!!) please read the following article...
Note: most of the things you hold to be intellectualy "elevated" and stimulating are only "elevated stupidity" --------- Las guerras de los intelectuales
Por Mario Diament MIAMI.- En 1996, un profesor de física de la Universidad de Nueva York llamado Alan Sokal envió un trabajo a la prestigiosa revista académica Social Text, titulado "Transgrediendo los límites: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica". El ensayo exponía la teoría, muy en boga en los círculos intelectuales enrolados en el posmodernismo, de que la objetividad es un mito y la realidad física no es, en última instancia, otra cosa que "una construcción social y lingüística". Para fundamentarlo, Sokal recurría a profusas referencias y citas textuales de algunas de las estrellas del firmamento intelectual europeo, como el psicoanalista Jacques Lacan, los filósofos Jean Baudrillard, Jacques Derrida y Gilles Deleuze, y la crítica feminista Luce Irigaray.
El trabajo fue publicado en una edición especial dedicada a "La guerra de las ciencias", pero la verdadera bomba estallaría meses después, cuando en un artículo publicado en la revista Lingua Franca, Sokal reveló que su ensayo era, en realidad, una parodia de trabajo científico, una travesura destinada a probar si una seria y respetada revista dedicada a las ciencias sociales era capaz de publicar un galimatías pseudointelectual, sin cuestionar su contenido.
La trapisonda de Sokal fue para el mundo científico e intelectual lo que los diarios de Hitler fueron para el periodismo: una tomadura de pelo tan descomunal que puso seriamente en duda la existencia de una clara demarcación entre el conocimiento y la impostura.
El episodio tuvo también el mérito de actualizar lo que ha sido un persistente debate en los círculos intelectuales por más de medio siglo: la rivalidad entre el cientificismo norteamericano y el teoricismo francés. Ambas escuelas se han mirado tradicionalmente con desprecio y envidia, lo que no ha impedido que los franceses se hayan ingeniado para exportar el estructuralismo y el deconstruccionismo a las universidades de los Estados Unidos y los norteamericanos, a su vez, hayan abierto sucursales de McDonald's Francia.
Disparates de moda
Las reverberaciones del "affaire Sokal" aún perduran. Alentado por las reacciones, Sokal -esta vez en conjunción con el físico teórico belga Jean Bricmont- ha vuelto a arremeter contra los popes del posmodernismo. En un libro que apareció en Francia con el título "Imposturas intelectuales" y que acaba de editarse en los Estados Unidos como "Fashionable nonsense" (algo así como "disparates de moda"), subtitulado "El abuso de la ciencia por los intelectuales posmodernistas", Sokal y Bricmont deshollan las posturas de los nuevo mandarines franceses, exponiendo las falacias de sus interpretaciones científicas y su predilección por metáforas tan arbitrarias como incomprensibles.
Sokal y Bricmont rescatan algunas de perlas de la orfebrería intelectual francesa, como cuando la feminista Irigaray acusa de "sexista" a la célebre ecuación de Einstein (E=mc2), porque "privilegia la velocidad de la luz", que Irigaray considera masculina; o cuando el psicoanalista posfreudiano Lacan compara al "órgano eréctil" con "la raíz cuadrada menos uno".
El pecado de los posmodernistas, según Sokal y Bricmont, es una ignorancia de la ciencia tan flagrante como su deseo de usar un lenguaje críptico para disfrazar la vaguedad de sus conceptos. Con harta frecuencia, los teóricos franceses llegan a conclusiones categóricas partiendo de groseros errores matemáticos, como cuando Lacan confunde números irracionales con números imaginarios, Kristeva confunde conjunto con intervalo y Baudrillard pontifica acerca del futuro a partir de una mala comprensión de los espacios no euclideanos.
Como era de esperar, el libro ha desatado una tormenta de reacciones a ambos lados del Atlántico. En Francia, Le Nouvell Observateur, en una nota de tapa, se preguntó: "¿Nuestros filósofos son impostores?", y Le Monde publicó una veintena de artículos debatiendo el tema. Los aludidos tampoco se han quedado callados: Kristeva acusó a Sokal y a Bricmont de "francofobia" nacida del miedo a la colonización cultural de las universidades norteamericanas por el pensamiento francés, y Bruno Latour llamó a Sokal "una mezcla de Voltaire y McCarthy".
Aire fresco
Muchos intelectuales menos enrolados en uno u otro bando han saludado la aparición de "Disparates de moda" como una necesaria y tonificante bocanada de aire fresco que contribuye a desnudar los excesos y supercherías del academicismo. La polémica trae a la memoria la advertencia del novelista y filósofo austríaco Robert Musil, cuando en 1921, al denunciar la falta de rigor científico de Spengler, sentenció: "No se trata tanto de la falta de inteligencia como del fracaso de la inteligencia en su necesidad de atribuirse logros a los cuales no tiene derecho. Esta forma de elevada estupidez es la verdadera enfermedad de la cultura..." |